A la figura de Cristóbal Colón, le asignamos el mérito de haber descubierto un nuevo continente; aunque sabemos que, desde un punto de vista racional, las ideas con las que afrontó su gesta eran erradas, ya que creía haber abierto una nueva vía de comunicación con las Indias, sin llegar a percatarse de su verdadero descubrimiento. Murió convencido de ello.
A pesar de todo, somos conscientes del hito histórico que protagonizó y reconocemos el impacto que ejerció dicho hito en la trama histórica universal.
Algo parecido ocurre con la figura de Franz Antón Mesmer (1734-1815), quien con sus actos, al igual que ocurriera con el almirante y a pesar de sus propias creencias -a ciegas- encendió la antorcha que iluminó parte de la oscuridad de su tiempo abriendo la puerta a una nueva realidad.
Franz Antón Mesmer era un hombre de amplia formación. Nació en Alemania en 1734, donde estudió Teología y se doctoró en Filosofía. Más tarde, en Viena, estudiaría Derecho y se doctoraría en Medicina; casándose, al poco de doctorarse, con una viuda rica. Se dice que apadrinó la primera gran producción escénica de Mozart en los jardines de su mansión a orillas del Danubio donde acudieron también otros ilustres compositores de la época; incluso antes de haber alcanzado fama.
Mesmer desarrolló sus ideas del «magnetismo animal» a partir del trabajo inicial expuesto en su tesis doctoral de 1766: “De planetarum Influxu in corpus Humanum” (“Sobre el influjo de los planetas en el cuerpo Humano”) en la que analizaba el modo en el que la luna y los planetas influyen sobre el sistema nervioso de las personas pudiendo causar enfermedades.
Intentó casar los principios científicos de Newton y Descartes, con la vieja astrología de Helmont y Paracelso; intentando demostrar que las fuerzas de atracción de los cuerpos celestes influyen en el sistema nervioso humano. Su creencia era la de que en todos los cuerpos astrales y en todos los seres vivos existe un fluido magnético universal, una fuerza relacionada, en cierta medida, con el magnetismo terrestre, que interviene en los fenómenos fisiológicos. Actuando adecuadamente sobre esa energía se podrían curar, según Mesmer, las enfermedades.
Atendiendo a los conocimientos científicos y el pensamiento de la época, no resulta extraño que Mesmer se dejara imbuir de los avances en la física y en la filosofía del llamado siglo de las luces al tiempo que algunos de sus procedimientos destilaran reminiscencias propias de la superchería medieval. El camino que va desde la oscuridad hasta la luz está plagado de penumbras.
Llegó a “imantar” árboles, animales y objetos con el propósito de ampliar la aplicación de su tratamiento al mayor número posible de personas. Incluso pretendió haber inventado una “máquina” de magnetizar: la cubeta de Mesmer. Un simple barreño medio lleno de agua en la que se había esparcido limadura de hierro, alrededor del cual se situaban los pacientes sosteniendo una cuerda conectada al mismo, en torno al cual Mesmer realizaba sus pases magnéticos y sus pacientes entraban en “trance”.
Más adelante prescindiría incluso del uso de imanes, llevando a cabo la cura por medio de la imposición de las manos ya que, según reconocía, no eran los imanes los que curaban sino el propio “magnetizador”. Lo que da al traste con cualquier justificación y desautoriza el uso moderno de pulseras magnéticas y agua imantada como remedios “naturales y alternativos” en el tratamiento de ninguna dolencia.
En cualquier caso -a pesar de que sus procedimientos resulten, ciertamente, estrafalarios- a Mesmer le reconocemos el mérito de haber divulgado, de manera bastante teatral y efectiva, tanto en los círculos médico-científicos como en los círculos sociales, la aplicación del magnetismo animal; preconizando con ello el posterior desarrollo de la hipnosis científica.
Y es justamente en este aspecto donde Mesmer, al igual que ocurriera con Cristóbal Colón, se quedó en la penumbra de la ignorancia del verdadero alcance de su descubrimiento: la sugestión, y no la existencia de un fluido magnético, es la base del fenómeno hipnótico.
Pero él no lo pudo percibir así ya que ni la medicina, ni la psiquiatría, ni la psicología habían alcanzado aún su desarrollo posterior; por lo que continuó convencido de la existencia del fluido magnético sin poder atribuir a la sugestión los beneficios terapéuticos que alcanzaban sus pacientes. Y sin embargo, había arribado a una nueva realidad.